Tomado de wikipedia
Cultivar café es trabajo que requiere mucha paciencia. No se parece en absoluto al que te imaginabas cuando joven y llena de esperanza cogías tus cajas de relucientes esquejes de café del vivero, bajo una lluvia torrencial, y veías cómo los trabajadores de la granja ponían las plantas en hileras regulares de agujeros en la tierra húmeda y luego las protegían del sol con ramas arrancadas de los arbustos, porque la oscuridad es privilegio de lo que es joven. En cuatro o cinco años los árboles comienzan a dar frutos, pero entre tanto hay sequías, enfermedades y crecen tenaces semillas de maleza nativa -black jack-, cuyas largas y ásperas vainas se pegan a tus ropas y a tus medias. Algunos de los árboles, mal plantados, con sus raíces primarias torcidas, morirán al empezar a florecer. Se plantan poco más de seiscientos árboles por acre; y yo tenía seiscientos acres de tierra con café; pacientemente mis bueyes arrastraban las escarbadoras por los campos, arriba y abajo, entre las hileras de árboles, muchos miles de millas, esperando una futura recompensa
(...)
Tenía seis mil acres de tierra y, por tanto, mucho terreno
sobrante, además del cafetal. Parte de la granja era bosque nativo y uno mil
acres tierras de aparceros, a los que llamaban shambas. Los aparceros eran
nativos que, con sus familias, tenían unos cuantos acres en la granja de un
hombre blanco y a cambio trabajaban para él un cierto número de días al año. Me
parece que mis aparceros veían la relación de una manera diferente, porque
muchos habían nacido en la granja, al igual que sus padres, y muy probablemente
me consideraban una especie de aparcera superior asentada en sus propiedades.
La tierra de los aparceros tenía más vida que el resto de la granja y cambiaba
con las estaciones del año. El maíz sobresalía sobre tu cabeza cuando ibas
caminando por los estrechos senderos endurecidos por los pasos, entre los
altos, verdes y susurrantes regimientos, y luego se cortaba. Las mujeres
recogían y desgranaban las alubias que maduraban en los campos, juntaban los
tallos y vainas y los quemaban, así que, en determinadas estaciones, en la
granja se elevaban delgadas columnas de humo azul. Los kikuyus también
cultivaban boniatos, de hojas parecidas a las de la viña, que se extendían por
el suelo como una tupida y complicada estera, y calabazas grandes de diversos
tipos moteadas de amarillo y verde.
Esta división se mantendrá en el tiempo, convirtiéndose la primera de sus versiones en grandes plantaciones planeadas para la exportación, mientras que la segunda será el origen de una agricultura de subsistencia, tal y como explicamos aquí con mayor profundidad
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