Es toda una paradoja este libro.
Por una parte es desternillante ver la tremenda creatividad de estos conejitos para buscar maneras alternativas de suicidio.
El suicidio como una de las bellas artes.
Pero cuando terminamos la risa nos llega ... ¿la culpa?
Al menos la reflexión. ¿Cómo podemos reírnos de estos pequeños, peludos y suaves conejitos que no quieren seguir viviendo?
El propio dibujo, su falta total de sentimientos de miedo (pero también la ternura de sus poses), la falta absoluta de sangre (pero lo terrible de muchas de sus muertes), su decidida pasión por la destrucción... nos hacen tener un sabor agridulce en la boca.
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