Ocurrió así hasta un día de marzo en el que, de repente, había estallado la primavera y me salí a la terraza con el libro bajo el brazo y ... casi me quemé porque no pude dejarlo durante horas, hasta casi la mitad.
Qué maravillosa historia de amor (y desamor), qué estilo tan absolutamente limpio y rápido (que en realidad no lo es, sino una trampa sutil que nos habla en presente de las cosas, como si pudiéramos tocarlas con las yemas de los dedos, ocultando hábilmente que estos pasajes rápidamente retornan al pasado, remansan las aguas vivas y nos cuentan cosas que ya pasaron y nosotros deberíamos saber. Aunque resulte pedante - y pido perdón por anticipado - a mi me venía constantemente la idea de Mahler y algunas de sus grandes sinfonías en donde el mecanismo era el mismo. Lo siento, pero la cabra tira al monte, claro).
Me tenía fascinada la historia y sus ritmos. Era tal su verdad, ... que no pude evitarlo.
Lo de Luis estaba aún demasiado reciente (creo que siempre lo estará) y una historia de amor adolescente y juvenil que es imposible de evitar pero también de manejar era demasiado semejante para no caer en los recuerdos.
Pero aún más, Connell era la timidez y la falta de autoestima de Luis, con todas sus terribles pajas mentales y sus máscaras frente al mundo, pero .... ¿y Marianne?
Sin poder evitarlo leí el libro pensando que Marianne bien podría ser Sabrina. El otro lado de la historia de amor de mi gran amigo. El lado oculto de la luna que sólo pudimos conocer por fuentes indirectas (el propio Luis, alguno de sus amigos como Pablo o Alfonso...). Casi una sombra chinesca de la que supimos por las ondas en el agua que generaron sus actos.
Según fueron escribiendo el libro sobre ellos dos, tanto Solsona como Ciprián me lo dijeron muy a menudo. Sabrina es el fantasma mayor de toda la escritura. Con Luis nos llevamos sorpresas pero todo tenía una lógica pero a Sabrina la odiamos y la amamos con igual intensidad y por persona interpuesta. Casi como si fuera un personaje literario.
Todo esto me hizo reflexionar y valorar aún más esta novela, pues además de hablar (como pocas veces he visto desde Edad Prohibida) de la adolescencia y su lucha por el reconocimiento social (todo un complejo mecanismo de poderes que se ejercen o nos someten), es la historia de dos personas y cómo entienden el amor (tanto hacia ellos como hacia el otro). Una historia de sus múltiples contradicciones, de sus ternuras y deseos pero también de sus más terribles maldades. Una novela de conversaciones nunca demasiado claras que esconden más que muestran, como la vida misma.
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