La estrategia de Pericles se basaba en la diferencia de fuerzas entre la alianza de Atenas y la de Esparta. Atenas era dueña de los mares con trescientos barcos de guerra preparados y otro centenar que podía estar disponible en poco tiempo, mientras que la armada de la alianza espartana era tres veces menor. Además, las tácticas navales y las tripulaciones atenienses eran muy superiores a las de sus enemigos. «Somos tan superiores en el mar como inferiores en tierra —se dijo Pericles—. Los atenienses nunca deben olvidar eso, por mucho que insistan locos como Cleón.» Atenas disponía de unos quince mil hombres de infantería, quizá el doble si se incluía a los adolescentes y a los hombres mayores que podían llegar a combatir en caso de necesidad. El ejército de la alianza espartana que había invadido el Ática el año anterior, y que suponían que sería similar ese año, contaba con el doble de efectivos. «Combatir en campo abierto sería un suicidio.»
(...)
«Es imprescindible que mantengamos la estrategia del año pasado. Si nos quedamos en el interior de la ciudad, no nos sucederá nada.» Las murallas eran inexpugnables, y gracias a los Muros Largos, que conectaban la ciudad con el puerto del Pireo, un asedio terrestre no bastaría para asfixiar Atenas. La ciudad se nutría a través de los Muros Largos de las mercancías que llegaban al Pireo, y nada podía evitar que los trirremes atenienses salieran una y otra vez para atacar el territorio enemigo. Pericles se permitió una leve sonrisa al pensar en el último elemento que marcaba la diferencia en aquel conflicto: la riqueza. Los aliados de Esparta no pagaban tributo y Esparta no tenía tesoro. Por su parte, Atenas había acumulado antes de comenzar la guerra más de seis mil talentos e ingresaba seiscientos más al año en tributos. Poseía una enorme riqueza, si bien resultaba muy oneroso mantener activa una flota tan grande y a miles de soldados en el sitio de Potidea. «El año pasado gastamos alrededor de dos mil talentos. —A ese ritmo sólo podrían aguantar tres años de guerra, pero esperaba que los costes se redujeran pronto—. La mitad del gasto se debió al sitio de Potidea. Si conseguimos que la ciudad caiga, se multiplicará nuestra capacidad de resistencia.»
Pericles sabía que la alianza espartana había confiado en una victoria rápida. Ese año, sin duda, los espartanos los provocarían desde enfrente de las murallas para que salieran a combatir; sin embargo, si mantenían las puertas cerradas y enviaban la armada a atacar el territorio enemigo, la facción pacifista de Esparta cobraría fuerza y quizá retomaría el control de su Asamblea. «El rey Arquidamo no quiere la guerra, pero necesita más apoyo interno», se dijo convencido. Necesitaban que la Asamblea espartana comprendiera que sus incursiones en el Ática no podían hacer tanto daño a los atenienses como el que podía sufrir Esparta con los ataques a sus costas. Eso daría a Arquidamo la fuerza política precisa para retomar la senda del diálogo. En cualquier caso, Pericles no se engañaba. Sabía que para mitigar los ataques que recibía dentro de Esparta, Arquidamo haría ese año una demostración de fuerza y conduciría a sus ejércitos con mayor agresividad que el año anterior. «Nuestros ataques navales también deben ser más agresivos —reflexionó—. Si la armada no obtiene este año éxitos notables, mis enemigos se harán con el control de la Asamblea.»
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El asesinato de Sócrates (Marcos Chicot)
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