Hay tres factores que van a cambiar decisivamente esta situación política: primero, el aumento de la población que, en zonas de escasa riqueza, impulsa a la colonización y el comercio; luego la introducción de la economía monetaria (la moneda se había inventado en Lidia); y, por otro lado, la aparición de un nuevo tipo de ciudadanos con armadura propia: los hoplitas. Los hoplitas forman un cuerpo de infantería con completa armadura metálica que aportan una nueva táctica de combate. Avanzan en filas prietas, codo a codo, con sus corazas y cascos, escudos y lanzas, en formación cerrada que expresa bien la contundente unidad de los ciudadanos. Ya no hay lugar para los héroes solitarios como los de la épica. Cada ciudadano de clase media se paga su armadura y marcha al combate por su ciudad junto a sus vecinos. Atrás quedan los héroes míticos.
También la difusión del comercio y de la moneda suponen un gran revés para los aristócratas que basan su poder en la posesión de tierras. Ahora aparecen los nuevos ricos, comerciantes enriquecidos. Para triunfar en esa sociedad ya lo decisivo es la riqueza, no la estirpe noble. Algunos poetas, como Teognis, dejan oír sus quejas reaccionarias: «La moneda mezcla las clases», «Para la masa de la gente solo hay una clase de excelencia: ser rico», «No en vano los hombres te honran tantísimo, Pluto, pues encubres con holgura la maldad». Al tiempo que declina la aristocracia de viejo cuño, surge potente una nueva mentalidad cívica, la de los ciudadanos que con orgullo patrio luchan a pie firme y en formación compacta, por su ciudad.
En algunos poetas arcaicos, como Tirteo de Esparta y Calino de Éfeso, hallamos una cálida expresión del coraje patriótico del hoplita: No hay hombre de más valía en el campo de guerra que el que se atreve a arrostrar la matanza sangrienta y marcha a enfrentarse cara a cara al feroz enemigo. Esa es la virtud, esa es entre los hombres la máxima gloria, y el máximo premio al alcance de un joven guerrero. Un bien común a la ciudad y al pueblo entero es el hombre que, erguido en la vanguardia, se afirma sin descanso, y olvida del todo la fuga infamante, exponiendo su vida con ánimo audaz y sufrido, y enardece con sus palabras al que combate a su lado. (Tirteo, 9D) Los héroes de la épica de mítico abolengo y ansiosos de gloria pertenecen al pasado. Ahora el combatiente modelo es el ciudadano, el hoplita que a pie firme lucha por su patria codo a codo con sus compañeros en la primera fila del batallón. Con razón, pues, los hoplitas reclaman su parte de poder en la polis. Al margen de esos defensores unánimes de la patria aparecen otros guerreros: los mercenarios, profesionales del combate que luchan por la paga y el botín. El caso más notable es el de Arquíloco de Paros, que se presenta con un profesional de la guerra, además de poeta. Un tipo cínico, que en sus versos reconoce sin vergüenza que abandonó su escudo, la falta más grave contra el honor en la ética de los hoplitas ): Soy yo, a la vez, servidor del divino Enialio y conocedor del amable don de las Musas. En la lanza tengo mi pan negro, en la lanza mi vino de Ismaro, y bebo apoyado en mi lanza. Algún Sayo alardea con mi escudo, arma sin tacha, que tras un matorral abandoné, a pesar mío. Puse a salvo mi vida. ¿Qué me importa aquel escudo? ¡Váyase al diantre! Ahora compraré otro no peor.
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