Lo único que
me duele de morir es que no sea por amor
Una vez más
Gabo vuelve a nuestro blog (ya hablamos de sus Cuentos y del Otoño del Patriarca).
Y regresa
con la mejor historia de amor que he leído jamás (junto a Rojo y negro de
Sthendal). Más de 50 años de desamor (53
años, 7 meses y 11 días con sus noches) que culminan en un apoteósico final.
En realidad
son dos historias de amor, la imposible de Florentino Ariza, con el que tantas
veces me he visto reflejado, y el matrimonial de Juvenal Urbino. Entre ellos,
Fermina Sancha, el tiempo y los mil peligros que acechan al amor con el magnífico escenario de Cartagena de Indias y los ríos ecuatoriales.
Tomado de
Amores
imposibles, reales, fugaces, hambrientos, llenos de pequeñas heroicidades y miserias, con sus cartas de amor perfumadas, atravesados de un puto destino (tan suyo) que hace y deshace a
su antojo y sólo los verdaderos héroes son los capaces de hacerle frente a
través de una paciencia de buey.
Y todo con
una prosa como el agua, transparente, fluida, como olas en la playa, que te
envuelve y hechiza y consigue evitar cualquier momento cursi en el que tan
fácil habría sido caer. Una prosa como el trópico que te impide dejar el libro
(recuerdo que mi primera lectura fue una noche abrasadora de un lejano verano
en la que vi amanecer)
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