sábado, 6 de abril de 2024

Luis Landero. Una historia ridícula

(Que no lo es, en absoluto. Solo un gran disfraz)

Aún recuerdo como si fuera ayer cuando, hace ya tantos años, Luis me dejó en las manos su último descubrimiento. Eran los Juegos de la Edad tardía de Landero.
Fue una revelación, un nuevo lazo dentro de nuestra amistad, que nos enseñó a comprendernos en muchas de las cosas que seríamos en el futuro.
Su prosa elegante, su suave fluir, me fueron maravillando cada vez más en este autor de las historias pequeñas y delicadas, de una poesía lúcida, sin ningún aspaviento.

En está obra de la que ahora hablo, además, existe la maravilla de un personaje ridículo que me volvió a regresar a Luis y nuestra juventud: había tanto en él de Filomeno, a mi pesar, de Don Gonzalo. Esa novela que nos acompañó durante aquel verano y nos ayudó a comprender tantas cosas y ahora... Ahora ya no lo podemos compartir.
Es un puta vida, como dijo Ciprian mucho antes de serlo. Un...

Pero ya no merece la pena seguir fustigándose. Acaso sea mejor rendirle un pequeño homenaje con este libro que tiene tanto de él, de las dudas secretas (que nunca lo fueron demasiado), de todo aquel sutil entramado de pequeños traumas, miedos e incapacidades que otros llaman vida cotidiana, y a veces las escribimos con mayor o menor fortuna como una especie de salvavidas frente a la nada, el tiempo y las tiernas soledades.
Por eso la historia ridícula de amor de Marcial y Pepita, su suave absurdo, resulta reconfortante pues nos muestra nuestras ridiculeces sin fustigarnos, haciendo heridas tranquilas que nos sirven, ante todo, para reconciliarnos con nuestro yo menos querido.
Todos somos pequeños pavos reales que se pavoneando (por lo menos en el ámbito más íntimo) ante los otros. Una función fisiológica tan necesaria como la propia respiración.

Solsona


                                              ÍNDICES DE NARRATIVA



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