viernes, 21 de marzo de 2014

EL ADIÓS A LA TAIFA DE SEVILLA. Los almorávides y las poesías del exilio

En este veremos el final de la taifa sevillana.


Como fue habitual en todo el periodo taifa (siglo XI), los distintos reinos musulmanes combatían entre ellos a la vez que pagaban grandes cantidades de dinero (parias) a los reinos cristianos (primero a Fernando I y luego a su hijo Alfonso VI) para que no les conquistasen.
Esta situación era completamente insostenible a largo plazo y a la larga tendría que romperse.
Esto ocurrió cuando Alfonso VI terminó por conquistar Toledo en 1085 (en realidad lo controlaba desde la muerte de al Mamun).
Ante el avance cristiano, al Mutamid (rey de Sevilla) pide ayuda a los almorávides, un imperio fanático que había conquistado todo el occidente africano.
Los almorávides aceptaron la petición y desembarcó por el estrecho un gran ejército que se enfrentó al cristiano en Zalacas o Sagrajas (muy cerca de Badajoz).

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La victoria fue favorable a los musulmanes y los almorávides se volvieron a retirar a África.
Al Mutamid pretendió seguir su misma vida regalada y ambiciosa, pero muy pronto apareció otro problema.
Los cristianos tomaron el castillo de Aledo en Murcia y volvió a pedir ayuda a los almorávides.
Yusuf volvió a cruzar el estrecho con su ejército, pero ya no pensaba marcharse. Acusó a los reyes de taifa de poco religiosos (lo cual era bastante cierto), más interesados por sus apetencias personales que por la unión de al Andalus.
Su ejército barrió en pocos años las distintas taifas (sólo Valencia, defendida por El Cid, y la de Zaragoza consiguieron seguir siendo independientes).

En esta conquista, al Mutamid fue desterrado a Marruecos, causando gran impresión su marcha de Sevilla, como podéis ver en el poema de Ibn al-Labbâna

            Jamás olvidaré la amanecida
            junto al Guadalquivir, cuando en las naves,
            estaban como muertos en sus fosas.
            La gente se apretaba en las riberas
            mirando aquellas que flotaban
            sobre los blancos lechos de la espuma.
            Descuidadas las vírgenes, los velos
            destapaban los rostros, que, cruelmente,
            más que los mantos, el dolor rasgaba
            Cuando llegó el momento ¡Qué tumulto
            de adioses! ¡Qué clamor el que a porfía
            las doncellas lanzaban y galanes!
            Partieron, con sollozos, los bajeles,
            como la caravana perezosa
            que arrea con su canto el camellero
            ¡Ay, cuánto llanto se llevaba el agua!
            ¡Ay, cuántos corazones se iban rotos
            en aquellas galeras insensibles!

Pero de nada sirvieron los llantos. Al Mutamid no volvería jamás a su Sevilla.
Desterrado en Agmat, junto al Atlas, sólo le quedará dolerse con sus poemas.

Extranjero y cautivo en tierra de africanos,
llorarán por él el estrado y el mimbar;
llorarán por él las espadas cortantes y las lanzas,
y derramarán lágrimas abundantes;
llorarán por él el rocío y el aroma, sus palacios,
al-Zāhi y al-Zāhir, que antes le buscaban y ahora le ignoran;
cuando se diga: en Agmāt ha muerto su generosidad
y no se puede esperar que vuelva hasta la Resurrección.
Pasó el tiempo, y con él, aquel reino amable,
llegó el hoy, que es huidizo.
Fue un dictamen del malvado destino, pero
¿ha sido alguna vez justo con los justos?
El tiempo fue injusto con los Banu Mā’l-Samā’,
los hijos de la lluvia del cielo, que fueron humillados.



Tumba de al Mutamid y su esposa en Agmat

Yo era amigo del rocío, señor de la indulgencia,
Amado de las almas y de los espíritus;
Mi diestra regalaba el día de los dones,
Y mataba, el día del combate;
Mi izquierda sujetaba todas las riendas que dominaban
A los corceles en los campos de batalla.
Hoy soy rehén, de la cadena y de la pobreza
Apresado, con las alas rotas.
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Para saber más

Una fantástica novela histórica que recrea la sofisticación, exquisitez, la impiedad y los amores y traiciones de la taifa de Sevilla

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