Aunque anteriores al hombre, las palmeras (aprovechando los periodos cálidos) llegaron a colonizar zonas septentrionales (Alemania, la fría Soria, como ya vimos aquí. Ya en tiempos humanos, su distribución estaba condicionada por el clima seco y cálido de zonas de Asia menor, Arabia y norte de África.
En la Edad Antigua ya la cultivaban mesopotámicos, egipcios, fenicios y cartagineses (posiblemente estos cartagineses o púnicos fueron las que las trajeron por primera vez a España, plantándolas en su gran ciudad de Cartago Nova, pues las única palmeras autóctonas de la península son los palmitos).
Una palmera en una pintura egipcia.
Sin embargo, la gran expansión de la palmera se producirá durante el gran avance musulmán, siendo una de sus verdaderas señas de identidad (una de sus tradiciones de hospitalidad obligan a recibir a las visitas con leche y dátiles)
Para su cultivo se utilizaron zonas cercanas a los ríos (en torno a su capa freática) o se crearon ingenios agrícolas de regadío para aumentar las plantaciones, creando los famosos oais del desierto que ya analizamos así.
La palmera era una planta de la que se extraían numerosos beneficios.
El tronco servía como columnas para la construcción o, cortado por la mitad y vaciado como cañerías para transportar el agua. También se utilizaba como combustible
Sus hojas, secas, se utilizaban para crear los techos o para sacar hilos para coser y crear cestería.
Sus frutos, los dátiles, son una excelente fuente de proteinas y azúcar, pudiéndose elaborar con ellos una bebida alcohólica
Desde muy antiguo la palmera tuvo simbolismos. Se la asociaba al poder del hombre por desarrollarse en medios hostiles y muy pronto apareció como un árbol asociado al paraíso (tanto en el cristianismo como en el Islam, como puedes ver aquí)
Palmera para el crecimiento personal en San Baudelio de Berlanga
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