viernes, 22 de julio de 2011

EL MADRID DEL SIGLO DE ORO MÁS PELIGROSO. Sobre asesinatos y jaques.


Muerte de Villamediana
Tomado de Revistamur
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Las cosas están de tal forma que de noche no se puede salir sino muy armado o con mucha compañía”. Eso decía Peciller en sus Avisos pues “desde Navidad acá se dice haber sucedido más de 150 muertes desgraciadas de hombres y mujeres” (Relaciones, Barrionuevo, julio 1658)
Y es que
Matan a diestro y siniestro,
matan de noche y de día,
matan al Ave María,
y matarán al Padre Nuestro.
José Butrón

Pues
Todo se ajusta y se paga; espían al pobrete a quien han de sacudir; tómase la razón de dónde acude, y avisan a un bravo para que le dé su recado. Quevedo. Condenado por desconfiado.
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De esta enorme inseguridad tienen la culpa numerosos factores, pero especialmente la sociedad estamental, sumamente injusta, que lanza a la pobreza y, de ahí, a marginalidad a muchos (los famosos pícaros).
Enlace
Entre ellos hoy quiero hablaros de los llamados jaques, bravos o valentones, verdaderos asesinos a sueldo que alquilaban sus servicios a aquellos que querían deshonrar, herir o matar a cualquier otra persona.
Muchos de ellos eran antiguos soldados sin otro oficio que las armas, de las que eran perfectos especialistas.
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Encontrarlos era fácil, pues solían rondar las cercanías de ciertos templos para llamarse a sagrado (esconderse en las iglesias en donde la justicia no podía entrar a prenderles) siendo los más conocidos el callejón de San Ginés en Madrid, las gradas de la Catedral de Sevilla, la Plaza del Potro en Córdoba, el Corrillo (junto a la plaza mayor) en Valladolid…
Fieros y despiadados, mantenían sin embargo un código de honor propio, tanto con sus compañeros como con sus clientes que les encargaban venganzas por deshonras, por celos, por amoríos (quitándose a rivales)…
Para que sepáis algo más de estos asesinatos y sus jaques os dejo un largo texto (pero fantástico) de una viajera francesa, la baronesa de D'Aulnoy

"Es algo que me sorprende, casi las costumbres autorizan ordenar un asesinato en determinadas condiciones. Por ejemplo: Cuando un hombre ha recibido una bofetada o se le azotó el rostro con un sombrero, un pañuelo, un guante, o se le dirigieron palabras injuriosas, puede vengarlas con el asesinato; y éste se disculpa con decir que, después de haber sido insultado, no sería justo exponer la vida en un combate con armas iguales y en el cual el ofendido podría perecer a manos del ofensor. Guardarán veinte años una venganza mientras no hallen ocasión de ejecutarla; si mueren antes de vengarse, dejan a sus hijos herederos de su resentimiento como de sus bienes, y lo mejor para un hombre que ha ofendido a otro es que abandone su país por lo que le queda de vida. Me han contado hace poco que un hombre de noble condición, después de permanecer veinticinco años en las Indias, para evitar la venganza de otro a quien había ofendido, al enterarse de que habían muerto éste y su hijo, creyó estar seguro. Volvió a Madrid, no sin tomar la precaución de cambiar de nombre para que no le reconocieran; pero todo su disimulo no le valió, y el nieto del hombre a quien había injuriado, un mozalbete de doce años, le hizo asesinar poco después de su regreso.
"Generalmente, para esas malas acciones se recurre a ciertos valencianos, para los cuales no hay crímenes a cuya realización no se comprometan resueltamente por dinero. Usan verduguillos y otras armas cautelosas. Hay dos clases de verduguillos: uno de la longitud de un puñal pequeño, del grueso de una aguja gorda y de un acero muy fino, cuadrados y cortantes por las aristas. Con ellos hacen heridas mortales, porque profundizan mucho y sólo abren un agujero como el de un pinchazo, que apenas permite salir la sangre, ni casi ver el punto de la herida. Es imposible la curación y suele morir quien recibió el pinchazo. Los otros verduguillos son de mayor longitud y gruesos como el dedo meñique, tan resistentes que se puede atravesar con ellos de un golpe una gruesa tabla de nogal. Está prohibido en España el uso de tales armas, como lo está el uso de las bayonetas en Francia. Tampoco se permiten ciertas pistolas pequeñas que disparan sin ruido; y, a pesar de la prohibición, las llevan muchos hombres.
"Me han asegurado que una persona bien reputada, que suponía tener suficientes razones para suprimir a un enemigo, trató con un valenciano de calidad y le dio dinero para que realizara el asesinato. Pero poco después hizo las paces con su enemigo y se apresuró a comunicárselo al valenciano para que no realizara su propósito. Atento el asesino, se apresuró a devolver la cantidad recibida, y el caballero no quiso aceptarla. Entonces el valenciano le dijo: "Mi honradez no me permite cobrar lo que no ejecuto." Insistió el caballero en sus razones, y objetó el valenciano: "Lo más que puedo hacer es permitiros elegir entre vuestro enemigo y vos, porque, para ganar el dinero que me disteis, necesario es que yo cumpla mi compromiso y haga una muerte."
"Por mucho que se le dijo persistió en su propósito hasta ejecutarlo. Se le pudo prender fácilmente y condenarle; pero se corría mucho riesgo, porque son muy numerosas las cuadrillas de tales asesinos y es mucha la protección que se dispensan unos a otros. La muerte de aquél hubiera quedado muy pronto vengada. Esos miserables llevan siempre una lista de los asesinatos y villanas acciones que han cometido y la muestran como gala de su valor y de su osadía. Cuando se les encarga un delito nuevo no dejan de lucirla, y preguntan a la vez si es necesario que la muerte sea dolorosa o instantánea. Tales hombres me parecen las más perniciosas criaturas del Universo. En verdad, si quisiera yo referir todos los sucesos trágicos de que tengo diariamente noticia, fácil me sería probar que sigue siendo este país teatro donde se representan las escenas más terribles. El amor es con frecuencia la causa de todo. Para castigarlo y para satisfacerlo no hay recurso que los españoles dejen de admitir ni maña que no pongan en juego; nada es bastante para vencer su osadía y su ternura.
"Se dice que son los celos pasión dominante aquí, donde consideran algunos que hay menos amor que resentimientos y afán de gloria; se dice que ningún español puede soportar en caso alguno que se dé a otro la preferencia en lo que solicita, y que cuanto pudiera ocasionarles una pequeña vergüenza les desespera; pero, sean como fueren los sentimientos dominantes, lo cierto es que aparece la nación española, en cuanto se relaciona con venganzas y amores, como un país de salvajismo furioso. Las mujeres no tienen roce alguno con los hombres, pero saben escribirles cuando quieren darles alguna cita, y desdeñan los peligros que amenazan, al par que ellas, a sus amantes y a los mensajeros. A pesar de los peligros, con ingenio y plata consiguen lo que desean y burlan a los Argos más vigilantes.
"No se comprende cómo estos hombres, que acostumbran a satisfacer tan fieramente sus venganzas y cometen las más viles acciones, vivan sujetos a supersticiones que son verdaderas flaquezas. Cuando han comprado la vida del enemigo que debe morir a puñaladas, ordenan que se digan misas a las almas del Purgatorio y llevan sobre su cuerpo reliquias que con frecuencia besan y siempre adoran, y a las cuales encomiendan su triunfo. No pretendo atribuir este carácter a toda la nación: puede asegurarse que también aquí existen las más honradas gentes del mundo y que los españoles tienen, como nadie, grandeza de alma."

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