-Sí -respondió él-, para servir a Dios y a las buenas gentes, aunque no de los muy cursados; que todavía estoy en el año del noviciado.
(Rinconete y Cortadillo; Novelas ejemplares, Cervantes)
En un panorama económico cada vez más terrible y limitados por el sentido del honor del siglo, muchos componentes de las clases más bajas recurrirán al engaño, el fraude, el timo… para poderse buscar la vida, siempre en la frontera imprecisa entre lo legal y lo ilegal.
Esos son los pícaros, un amplísimo grupo (especialmente en las grandes ciudades) que van desde el pobre de solemnidad (falso o verdadero), el mendigo, el simple timador o al tramposo profesional de las cartas hasta el descuidero, el padre de prostitutas o al jaque (elasesino profesional), a veces todo en la misma persona, según sean las necesidades y circunstancias.
Y es que la vida era dura en el siglo XVII, la sociedad estamental dictaba sus normas terribles pero, a la vez, existía todo un prejuicio contra el trabajo manual y comercial que hacía que muchos consideraran más honorables el robar o engañar que el ser artesano.
Y es que la cosa tiene mucho de dos temas típicos del siglo: la pasión por el teatro (en donde el pícaro, en un nuevo protocolo nunca escrito, representa miles de papeles para el engaño) y la sociedad de las apariencias. Es también la forma de acceder al río de oro que llega de América pero que apenas llega al pueblo bajo.
"... Es producto del orgullo nacional, en una clase de gentes no habituadas al trabajo, y que viven de ciertos servicios, y no se avergüenzan de comer la sopa de los conventos. Literariamente es el pícaro, hombre que, sin ser verdaderamente criminal, pertenece al hampa; tiene pocos o ningunos escrúpulos, particularmente en proporcionarse medios de mantenimiento; es humano, buen creyente, aunque pecador; no está habituado en modo alguno al trabajo regular y constante, sino que es perezoso y holgazán; su ocupación normal es la de servir a otro; hurta pero no roba, es astuto, ingenioso e imprevisor y simpático”
Ángel González Palencia. La España del Siglo de Oro
La Buenaventura (la adivina) Caravaggio.
El tema de la picaresca creó un verdadero género literario (El Lazarillo, el buscón de Quevedo, El Guzmán de Alfarache...). Os traogo un fragmento de uns pícaros en Sevilla, Rinconete y Cortadillo, de Cervantes, que conocen a Monipodio, el jefe de toda la delincuencia hispalense
- Pues yo se lo daré a entender, y a beber, con una cuchara de plata; quiero decir, señores, si son vuesas mercedes ladrones. Mas no sé para qué les pregunto esto, pues sé ya que lo son; mas díganme: ¿cómo no han ido a la aduana del señor Monipodio?
-¿Págase en esta tierra almojarifazgo de ladrones, señor galán? -dijo Rincón.
-Si no se paga -respondió el mozo-, a lo menos regístranse ante el señor Monipodio, que es su padre, su maestro y su amparo; y así, les aconsejo que vengan conmigo a darle la obediencia, o si no, no se atrevan a hurtar sin su señal, que les costará caro.
-Yo pensé -dijo Cortado- que el hurtar era oficio libre, horro de pecho y alcabala; y que si se paga, es por junto, dando por fiadores a la garganta y a las espaldas. Pero, pues así es, y en cada tierra hay su uso, guardemos nosotros el désta, que, por ser la más principal del mundo, será el más acertado de todo él. Y así, puede vuesa merced guiarnos donde está ese caballero que dice, que ya yo tengo barruntos, según lo que he oído decir, que es muy calificado y generoso, y además hábil en el oficio.
-¡Y cómo que es calificado, hábil y suficiente! -respondió el mozo-. Eslo tanto, que en cuatro años que ha que tiene el cargo de ser nuestro mayor y padre no han padecido sino cuatro en el finibusterrae, y obra de treinta envesados y de sesenta y dos en gurapas.
-En verdad, señor -dijo Rincón-, que así entendemos esos nombres como volar.
-Comencemos a andar, que yo los iré declarando por el camino -respondió el mozo-, con otros algunos, que así les conviene saberlos como el pan de la boca.
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