Con un parche en el ojo perdido en un juego de esgrima cuando era adolescente, la princesa de Éboli (Ana de Mendoza y de la Cerda), fue una noble de alta cuna (como veis en sus apellidos descendía de dos de las familias más poderosas de España: los Mendoza y los de la Cerda).
Casada con Ruy Gómez de Silva (uno de los consejeros más cercanos de Felipe II) se convertirá en una de las mujeres más poderosas del país.
Representación de Ruy Gómez y la princesa de Éboli en su palacio de Pastrana
Con un carácter fuerte e independiente que le hizo despreciar muchas de las convenciones sociales de la época (y chocar incluso con la propia Santa Teresa), al quedar viuda de su marido (15 años mayor que ella), comienza su verdadera historia que conmovería a la sociedad de su tiempo.
Santa Teresa en la fundación de su convento en Pastrana. A la derecha, arrodillados como donantes, Ruy Gómez y la princesa
Primero se convierte en monja en el el propio monasterio que había fundado en Pastrana por medio de Santa Teresa. Una "princesa monja", como la denominó la santa, temiendo lo que ocurrió. Doña Ana quiso imponer también su voluntad en el monasterio saltándose la regla (incluso obligaba al resto de las monjas de hablarle de rodillas), lo que obligó a Santa Tersa a sacar a las monjas para trasladarlas a Segovia ante lo cual la princesa trajo una nueva congregación de concepcionistas.
Sin embargo, esta vida conventual poco se ajusta a su carácter y pronto sale del convento y, unos meses después, se convierte en amante de Antonio Pérez (colaborador de su marido y posterior consejero de Felipe II a la muerte de éste) y, cuenta la leyenda, ¿del propio Felipe II?
Como tantas cosas en su vida hay más leyendas que realidades contrastadas, pero lo cierto es que, junto a su palacio en Madrid (muy cerca de la calle Mayor), es asesinado Escobedo (consejero del hermanastro de Felipe II, Juan de Austria, que tal vez estuviera conjurando para arrebatarle el trono).
Pronto las sospechas de la muerte recayeron sobre Antonio Pérez (y a la propia princesa), que eliminaba así un peligro para la monarquía (a veces se ha supuesto que el verdadero autor intelectual del asesinato fuera Felipe II que tenía el prestigio de su hermanastro, gran héroe de Lepanto, utilizando para ello a su secretario, Antonio Pérez, o por lo menos así lo sugiere una carta de la princesa de Éboli al propio rey : el Rey sabe tan bien la verdad que no debería pedir testigos sino a sí mismo)
Sin embargo, esto nunca se llegará a probar y el propio Felipe II (acaso para protegerse ante el escándalo que supuso el asesinato), mandó prender a su antiguo secretario y la princesa, manteniéndolos encarcelados por separado.
Comienza entonces la tercera vida de doña Ana, prisionera (sin cargo ni juicio alguno) en la torre de Pinto, el castillo de Santorcaz y, finalmente, en su propio Palacio en la villa de Pastrana, de la que era dueña.
Incluso allí, la obsesión de Felipe II, la redujo en sus últimos años a los cuartos del torreón oriental, con una ventana a la que solamente podía asomarse una hora al día (por eso se llamará la plaza de la Hora), terminando por morir en 1592 mientras su antiguo amante se había conseguido fugar de su cautiverio y llegar a Aragón (de donde era oriundo), acogiéndose al justicia Mayor del reino para protegerse del rey.
Ventana de la Hora
Llama la atención la actitud de Felipe II, su sadismo en la reclusión de la princesa a la que nunca se llegó a acusar de nada. Esto ha hecho crecer de nuevo una leyenda en torno suyo que aseguraba que la princesa había sido amante del propio rey que, despechado al conocer sus relaciones con Antonio Pérez, diseñó todo este plan para castigar a los dos amantes.
Lecturas para conocer a la princesa de Éboli
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