Cómo puede
escribir tan bien, tan antiguo y delicioso y crear una historia entera como si
fuera una extraña mezcla de Gabo y don Gonzalo.
Lucas contaba que
era una historia perfecta de Noblezas feudales y eclesiásticas que terminaban
en la burguesía y más tarde en la nada.
Ciprián contaba
una y otra vez que era un romance antiguo creado en plena modernidad, cuando
nadie cree en nada sólido y el autor se empeña en demostrarnos que el honor y
el dolor, la crueldad y el amor, el puto destino, la belleza o el puro hastío
bien pueden reinventar de la nada toda una saga preñada de tiempo cuando la
posmodernidad ya es un monstruo de cabezas múltiples y borrosas.
Esto es lo que
escribió Luis en uno de sus cuadernos no azules, el que dedicaba a los libros
que había leído y que encontramos cuando todo ocurrió.
En su nota,
manuscrita, había varios textos de la novela
Al
anochecer el laúd de Mirabrina acariciaba las estancias sosegadas y el esposo
glorificaba sus sueños en la dócil penumbra, encontrando en aquellas
primigenias emociones la largueza de un amor que apenas podía concebir como
real
(...)
descubrieron el lecho vacío de Mirabrina, un rastro de
rubíes sanguino-lentos que cruzaba la alcoba hasta el balcón, las hojas
abiertas que dejaban entrar el ventolino de los copos, y el cuerpo de la dulce
Señora tendido a la vera del alféizar, entretejidos los dorados cabellos en el
armiño de la nieve, donde el rostro tomaba la frialdad del alabastro en una
muerte blanca
¿Se puede escribir más bello?
donde el
río Oza baja como un torrente de gracia para acompañar el murmullo de las
oraciones, (...)
Sus geografías encantadas
un cielo de madera antigua presagia la lluvia que acaso
tengamos antes del oscurecer.
Su meteorología emocional
El invierno llegaba a la ciudad entre las cenizas de la
lluvia, demudando el paisaje de los tejados que la mujer observaba desde la
cristalera de la galería.
El reino de mágico de las palabras
Por las rendijas de los balcones clausurados entraba el sesgo de la luz esparcida en la atmósfera interior entre la parsimonia de las motas de polvo que brillaban como diminutas luciérnagas, o salpicaba la lluvia un vaho que amorataba las paredes en ronchas deformes.
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El Espíritu del Páramo
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