En Cogolludo, Guadalajara, tiene el de Medinaceli un palacio que fue mi hogar muchas veces, donde apagaba, mientras permanecía allí, pesadumbres que el duque y su señora sabían relegar para que no carcomiesen mis entrañas (...)
Con ellos disfruté de momentos divertidos, entrañables, que hacen de la vida algo que merece la pena. Eran jóvenes, de una vitalidad desbordante, mejores jinetes que muchos caballeros avezados en la monta, inquietos para aprender de lo nuevo y con suma vocación política. Además, el duque es un amante de la cultura, admirador del ingenio allí donde se encuentre, y versado en los clásicos
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