—Reuniste al Senado en Roma y votaron a
favor de entregar a Alarico la suma que pide.
Olimpio se
revolvió como una zorra en la madriguera.
—¡El Senado votó
asustado por tu postura! ¡En realidad querían la guerra!
—Me
pidieron que explicase por qué buscaba la paz, y les dije la verdad: que
Alarico había estado en las provincias de Epiro para servir al Emperador
Honorio en la lucha contra su hermano Arcadio
Estilicón bajó la voz y miró de
nuevo a Honorio
—. Te recuerdo que quisiste que Iliria pasara de sus manos a las
tuyas, Honorio. Ahora no puedes romper el trato. El hombre reclama su oro.
Honorio miró a Olimpio y luego le dijo a Estilicón.
—Si no pagamos entenderán el mensaje y abandonaran sus locas
pretensiones. Están en territorio enemigo.
—No subestimes al
visigodo, Honorio. Los visigodos son un pueblo duro, y bien lo sabes. Le
derroté hace seis años en Pollentia. Y al año siguiente en Verona. Y aquí le
tenemos de nuevo. Podemos maldecir la hora en que el emperador Valente ayudó a
godos, visigodos y otros bárbaros a cruzar el Danubio, para que se instalaran
en los territorios de éste lado del Imperio. Aunque estaban acosados por los
hunos, deberían de haber seguido allí. Pero ya es demasiado tarde para
lamentarse.
—¡Se instalaron entre nosotros y mordieron la
mano del que les alimenta! —espetó Honorio—. ¡Son alimañas salvajes que no
reconocen el gesto generoso! ¡Bestias que llegaron a prostituir a sus mujeres y
sus hijas con tal que los inspectores hicieran la vista gorda y les dejaran
seguir con sus armas!