Esta novela de Giosué Calaciura ha sido la revelación entre mis lecturas de confinamiento.
La compré un tanto a ciegas, tanto por su lugar (el Palermo más intenso y auténtico) como por la breve recomendación del propio y malogrado Camilieri.
Realmente, el que bien la había podido recomendar sería el mismísimo Italo Calvino pues la obra tiene mucho de él, o acaso de García Márquez o de cualquier otro gran novelista que supiera ingresar, desde la más absoluta normalidad, en los más altos reinos de la fantasía y (como decía la Divina comedia) hacer llover en ellos, viendo caminar sobre las calles del barrio el aroma de pan recién hecho que tenía algo de alquímico, o llover sin tregua y desbordarse el mar para convertir en un naufragio a todo el barrio, o relatar la épica de las batallas con la policía.
Y entre todas estas apelaciones al mundo más mágico, la más terrible realidad, la de los niños que son maltratados por sus padres, la de las putas honestas y sus hijas perdidas, de los caballos que ganan carreras por medio del dolor o los ladrones que no quieren morir pero al final no tienen más remedio que hacerlo.
Como puede verse algo muy distinto, escrito con una claridad cristalina que no tiene moralejas pero sí todo un poso de vida (la que es o la que debería ser, tanto da).