En la especie Homo antecessor, nos dimos cuenta de que aquellos restos presentaban marcas de descarnado, golpes contundentes, evidencias de astillado de los huesos largos más frágiles, etc. Todos estos estigmas se produjeron inmediatamente después de la muerte de los individuos. En definitiva, habíamos encontrado un patrón que es habitual en los fósiles de herbívoros, como los ciervos, caballos o jabalíes, y que formaron parte del espectro de las especies abatidas para su consumo. Los humanos encontrados en el nivel TD6 también habían sido descuartizados y, muy posiblemente, consumidos por otros humanos. Puesto que no parecía lógico pensar en el encuentro fortuito de dos especies humanas diferentes en aquel remoto lugar de Eurasia, que nos llevaría a calificar el suceso como un caso de depredación, lo más sensato era atribuir aquella matanza a un evento de canibalismo. Es decir, la muerte y el consumo de los cadáveres habría sucedido entre miembros de la misma especie.
La violencia que se desprendía del aspecto de los restos fósiles era aterradora, ya no solo por los golpes en el cráneo y otras partes del cuerpo, sino porque se aprovechó al máximo la carne y la grasa del tuétano de los huesos de los cadáveres. Además, más de la mitad de los individuos que se podían identificar eran muy jóvenes, en edad infantil o juvenil. Es posible que los restos de los niños más pequeños jamás aparezcan en futuras excavaciones. El aprovechamiento de sus cuerpos, sin huesos osificados, habría sido completo. Sé que suena muy duro, pero los fósiles nos describen la realidad de lo que sucedió hace ochocientos mil años en la sierra de Atapuerca.
Cuando los geólogos determinaron que el nivel TD6 estaba formado por varias capas formadas en momentos diferentes y que al menos dos de ellas contenían fósiles de Homo antecessor, supimos que el canibalismo había sido un hecho recurrente. Esa conducta formaba parte de la cultura de la especie. Los huesos humanos se encontraban dispersos y mezclados con los de otras especies animales, abundantes en la región. Esas especies, el polen de las plantas obtenidos en TD6 y los restos de los pequeños vertebrados (anfibios, aves y reptiles) sugerían que el clima de hace unos ochocientos mil años fue muy benigno y, probablemente, algo más cálido que el actual. Había agua de sobra para mantener una vegetación frondosa capaz de alimentar a corzos, ciervos, jabalíes o potros. En definitiva, no podemos proponer que aquel suceso de canibalismo, que acabó de manera muy violenta con algún grupo del Pleistoceno, tuviera relación con necesidades alimentarias. No había hambrunas, sino rivalidad entre grupos que deseaban conservar o conseguir por la fuerza un territorio rico en recursos. Por descontado, ni siquiera se han planteado cuestiones simbólicas, mágicas o religiosas para este caso. Que sepamos, todavía no se habían desarrollado estos conceptos en la mente de los humanos del Pleistoceno Inferior.
Dioses y mendigos (José María Bermúdez de Castro)