Quien le escuche habitualmente en sus colaboraciones en A Vivir que son dos días, lo comprenderá fácilmente: es una escritura llena de atajos poéticos, de caminos secundarios, que cuenta la realidad desde un punto de vista personal e irónico que dice mucho más de lo que cuenta.
La novela es un
juego de espejos como los que gustaba Cortázar o, quizás aún mejor, Perec o
Italo Calvino, en donde personajes y múltiples autores se entrecruzan y
discuten en un juego posmoderno y metaliterario que nadie (ni siquiera el
lector) debería tomarse demasiado en serio, pues la novela es, en el fondo, una
gran broma de un escritor sueco que escribe en finés sobre temas exclusivamente
españoles, sus personajes encerrados en un local hasta su exterminio, su madre
militante, su traductora, una bibliotecaria que querría ser algo más, los padres
de los propios personajes…
Junto a todo este
embrollo hay toda una larga serie de psicofonías que retratan la política de la
guerra fría, pasando revista a mil dictadores africanos, sudamericanos, de
Europa del Este,... en sus biografías que más parecerían la más delirante de las
novelas sin tener que inventar una sola línea. Una nueva historia de la Infamia
esta vez sólo política que nos conduce por los meandros más asombrosos de la
historia tras la Segunda Guerra Mundial (son tan ajustados y concretos los relatos
que algunos de ellos no dudo que los terminaré utilizando en mis clases de
Historia Contemporánea)