La lectura, ¿qué voy a decir yo de ella, que soy escritor?
Estoy convencido que la literatura es la mejor forma de hacernos libres por decenas de razones.
Pocas pocas nos enseñan mejor cómo somos que los libros que leemos, pues en ellos nos reflejamos como espejos, encontrando las palabras que nos definen o, aún mejor, que deseamos ser.
Gracias a la palabra nos sabemos y, sobre ello, nos comprendemos. Con palabras nos hacemos y dirigimos, y cuantas menos tengamos, menos podremos ser, encadenándonos en los límites de nuestro propio lenguaje.
Y eso no sólo para los puros conceptos. Qué vida espiritual puedo tener sin saber manejar los símbolos o, en un grado mayor, las metáforas. Sin ellas el mundo es plano y simple, sin conexiones más allá de la pura evidencia.
Todo esto es la literatura, o descubrir un mundo entero con todos sus minúsculos detalles, colores y emociones con sólo leer Cien Años de Soledad. (Cuánto de Arcadio, cuánto de Aureliano somos sin saberlo)
Leer es descubrir que el vértigo interior es algo fascinante, como nos enseñó Borges.
Enamorarse del amor leyendo los Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada de Neruda.
Conocer la ironía suprema y tan profundamente revolucionaria de Cortázar.
Quién no sepa esto estará viviendo una vida sesgada y fina, sin volumen apenas, y no habrá podido ser del todo niño sin un Sandokán con el que fascinarse, un adolescente si no ha encontrado su Edad Prohibida, un joven si no se ha atrevido a perderse en los meandros de miedo de los Lobos Esteparios.
¿De verdad que se puede saber del mundo sin leer poesía? Sin Lorca nunca se podrá sentir el páramo sin aristas de la pena negra, sin Ángel González las cosas cotidianas seguirán siendo tan sólo carcasas vacías, sin los múltiples significados que guardan dentro y uno no podrá saber todos los rincones del amor sin leer a Cernuda.